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Frente a los valores el hombre puede asumir diversas actitudes.

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Las actitudes expresan los diversos modos de situarse ante los valores de la realidad y de la vida. Frente al valor persona, por ejemplo, el hombre puede adoptar la actitud de responsabilidad, respecto, justicia, promoción, entrega o sus contrarios.

Para entender lo que son las actitudes gastaría que nos preguntáramos como se sitúa ante la vida el que ama la verdad, la bondad, la justicia, la libertad, la paz y que consecuencias negativas acarrea el abrazar los contravalores correspondientes.

No cabe duda alguna de que son los valores y los contravalores los que determinan la conducta, los que se convierten en palancas de la propia actividad.

Nada extraña entonces, que el proceso educativo guarde íntima relación con los valores.

En ese proceso siempre debemos ayudar al educando  a definir y organizar una escala de valores para que, a partir de ellos, adopte las actitudes fundamentales que orientan su conducta global. Los valores son entidades normativas que piden ser realizadas y encauzan la acción.

Una pregunta constante del educador ha de ser el “porque” y el “para que” de su quehacer educativo. En nombre de la dichosa “neutralidad” escolar muchos sistemas educativos estatales pierden de vista los valores: la libertad, justicia, igualdad, respeto  por los demás, tolerancia, solidaridad, etc. En esta forma dejan automáticamente de ser neutrales, porque ya han adoptado por otros valores: pro una sociedad tecnológica laicista unidimensional, robotizante…

Cada sistema educativo incorpora inevitablemente una visión del hombre, del mundo, un proyecto de sociedad y un “para que” del saber. Esa concepción marcara el propósito, el conocimiento y la estructura misma de la educación.

Educar, en síntesis, el lograr que el educando adopta una actitud positiva frente a los valores y que, al apreciarlos internamente, los viva y  los realice. Es evidente todo proceso educativo influye para bien o para mal y esto lo sumerge de lleno en el problema ético.

Un enfoque pragmatista de la educación, inspirado en el positivismo que descuida de lo humanístico, el sentido trascendente de la vida, que margina la interioridad y hasta la reflexión, acabara por convertir a los educandos en máquinas de producción y egoístas.

Lo que marca nuestra cultura, por desgracia, es un enorme desequilibrio entre los valores técnicos materiales, instrumentales u los valores absolutos. Aquellos están sofocando, asfixiando, hasta hacer desaparecer los valores éticos que contribuyen a la realidad de la persona y la sociedad.

Mientras no se logre un consenso sobre valoes básicos, no se puede establecer un marco de referndia que lleve a la maduración de la personalidad.

Para logarlo es preciso responder a preguntas fundamentales: ¿Qué es valor, que lo noble, lo básico?; ¿Qué debemos amar?; ¿Por qué florece la civilización? ¿Cuál es el hecho fundamental de la existencia, la clave de la realización del hombre?

El descubrimiento, la incorporación y la realización de los valores positivos constituyen tres pilares básicos de la obra educativa. “la clave del hombre es trascendente. Los valores son la clave del hombre.

Pero el hombre es un ser histórico que va articulando sus opciones libres a lo largo del tiempo.

En cierto sentido “no nace la persona”, “se va haciendo la persona” se va personalizando. Por eso la educación es un proceso lento jalonado de marchas y contramarchas. No hay recetas. No puede esperar el hombre que se le dé un mapa con una ruta detallada.

Lo dijo hermosamente Antonio Machado

“Caminante son tus huellas/ el camino, y nada más; caminante no hay camino/ se hace camino al andar”

No hay camino pero hay metas. Y cuando la meta clara, las etapas del camino se van abriendo en la marcha. El que tiene un “porque” para vivir, siempre encontrara el “como” pero él “porque” lo señalan los valores.

Los jóvenes necesitan intuir emocionalmente los valores.

Para que esto pueda verificarse los educadores deben encontrárselos, pero encarnados en personas “modelos” en ese padre, en ese profesor que no impone un valor, sino que con su testimonio silencioso lo ofrece como apetecible uy como posible se educa casi sin querer, viviendo.

La relación ente el “modelo” y el limitador se basa en el valor reconocido en el “modelo”. No son reglas morales abstractas de carácter general las que modelan configuran el espíritu, sino siempre modelos concretos.

Añádase que bastan modelos aislados. Urge formar comunidades educativas modelos, coherentes con una escala de valores cuidadosamente elaborada.


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