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Una sesión del Concilio de Trento

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EL CONCILIO DE TRENTO: ARRANCA LA CONTRARREFORMA

Ante la irrupción de la Reforma y las doctrinas protestantes, los exponentes de la Iglesia católica y de la política vieron peligrar el catolicismo en Europa, y entendieron el riesgo que comportaba para la estabilidad política. Por ello, solicitaron un concilio que lo renovase y afianzase. En 1545, Pablo III convocó en Trento, en Italia, el decimonoveno concilio ecuménico de la Iglesia católica con el objetivo de reafirmar los principios del catolicismo y sanar la herida que se había creado en el seno de la cristiandad.

Una sesión del Concilio de Trento, según Matthias Burgleichner (1573-1642).
El Concilio de Trento se desarrolló durante veinticinco sesiones en períodos discontinuos hasta 1563. Esta discontinuidad, precisamente, permitió dividirlo en tres etapas. Durante la primera (1545-1547), se discutieron los temas doctrinales planteados en la Reforma.
 Se reafirmaron las verdades de fe negadas por los protestantes, como la interpretación de las Escrituras, la salvación por la fe y las obras, o el libre albedrío del ser humano (en contraposición a la doctrina calvinista de la predestinación). 
La segunda etapa (1551-1552), bajo el pontificado de Julio III, se caracterizó por la presencia de numerosos prelados alemanes y se centró en el reconocimiento de los sacramentos y de la misa. También se reconoció la jerarquía eclesiástica (rechazada por los seguidores de Lutero) y se fortaleció la figura del papa.
Por último, durante la tercera etapa (1561-1563), marcada por la ausencia de protestantes, se establecieron las cuestiones disciplinarias y educativas, como la obligación de residencia en la diócesis para los obispos (lo que evitaba la acumulación de cargos), la institución de seminarios para la formación del clero, o la exigencia del celibato clerical. En 1564, el papa Pío IV decretó el fin del concilio, y publicó la Profesión de la Fe tridentina, una obra donde quedaron fijados los modelos de fe y las prácticas que la Iglesia católica ha seguido hasta la actualidad.
En paralelo, en el seno del catolicismo romano surgieron movimientos religiosos que contribuyeron a la lafcor de renovación y reforma interna. Uno de los más importantes fue sin duda el de los jesuítas (la Compañía de Jesús), fundado por Ignacio de Loyola.
También nacieron las órdenes de los barnabitas, fundada por Antonio María Zaccaria, y la de los teatinos, de Cayetano de Thiene. Entre el monacato femenino nacieron asimismo órdenes nuevas con el objetivo de formar a jóvenes cristianas, como la Compañía de María, de santa Juana de Lestonnac, o la Orden de la Visitación de san Francisco de Sales (las salesas). 
A pesar de sus pretensiones ecuménicas, el Concilio de Trento, con su condena férrea al protestantismo y la concesión de una mayor autoridad a los altos cargos de la Iglesia, no hizo sino revitalizar y unificar a la Iglesia católica, al tiempo que consagró la división de la cristiandad occidental.

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