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Prepárase a hablar Satán

Unidas así sus fuerzas y con un pensamiento fijo

Unidas así sus fuerzas y con un pensamiento fijo, marchaban silenciosos los ángeles caídos al son de los dulces instrumentos, que hacían menos dolorosos sus pasos sobre aquel suelo abrasador; y cuando hubieron avanzado todos hasta ponerse al alcance de la vista, se detuvieron, presentando su horrible frente, de espantosa longitud. Brillaban sus armas como las de los antiguos guerreros y alineados con sus escudos y lanzas, esperaban la orden que debía dictarles el soberano.

                             

Fija Satán su experta vista en las compactas filas; de una ojeada recorre toda la hueste; ve el buen orden de los combatientes, sus semblantes, su estatura como la de los dioses y calcula por último su número. Dilátase entonces su corazón lleno de orgullo, y se vanagloria al verse tan poderoso, pues desde que fue creado el hombre, no se había reunido fuerza tan formidable. A su lado cualquiera otra sería tan despreciable como los pigmeos de la india que guerrean con las grullas aun cuando se agregase la raza gigantesca de Flegra con la heroica que luchó delante de Tebas y de Ilión, donde por una y otra parte se mezclaban dioses auxiliares; aunque se uniesen aquellos que celebran fábulas y leyendas al hablar del hijo de Utero, rodeado de caballeros de la Armórica y de Bretaña; aunque se juntaran, en fin, todos los que después, cristianos o infieles, lidiaron en Aspromonte o Montaubán, en Damasco, Marruecos o Traspisonda, o los que Biserta envió desde la playa africana cuando Carlomagno y sus pares fueron derrotados en Fuenterrabía.

Superior aquel ejército de espíritus a todos los de los mortales, observaba a su jefe, que superando a su vez a cuantos le rodeaban por su estatura y lo imperioso de su soberbio aspecto, se elevaba como una torre. No había perdido aún la primitiva belleza de sus formas, ni dejaba de parecer un arcángel destronado, en quien se traslucía aún la majestad de su pasada gloria; era comparable con el sol naciente cuando sus rayos atraviesan con dificultad la niebla, o cuando situado a espaldas de la luna en los sombríos eclipses difunde un crepúsculo funesto y atormenta a los reyes con el temor que inspiran sus revoluciones. Así oscurecido, brillaba más el arcángel que todos sus compañeros; pero surcaban su rastro profundas cicatrices causadas por el rayo, y en la inquietud que en sus demacradas mejillas y bajo sus cejas se retrataba, al par que en su intrepidez, e indomable orgullo, parecía anhelar el momento de la venganza. Cruel era su mirada, aunque en ella se descubrían indicios de remordimiento y de compasión al fijarla en sus cómplices, en sus secuaces más bien, tan distintos de lo que eran en la mansión bienaventurada, y a la sazón condenados para siempre a ser participes de su pena: millones de espíritus que por su falta se hallaban sometidos a los rigores del cielo, expulsados por su rebelión de los resplandores eternos, y que habían mancillado su gloria por permanecerle fieles. Asemejábanse a las encinas del bosque o a los pinos de la montaña, desnudos de su corteza por el fuego del cielo, pero cuyos majestuosos troncos, aunque destrozados, subsisten en pie sobre la abrasada tierra.

Prepárase a hablar Satán, y se inclinan de una a otra ala las dobles filas de sus guerreros, rodeándole en parte todos sus capitanes, a quienes la atención hace enmudecer. Tres veces intenta el Arcángel comenzar y otras tantas, con mengua de su orgullo, brotan de sus ojos lágrimas como las que pueden verter los ángeles; pero al fin se abren paso las palabras por en medio de sus suspiros.

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