La etimología y sus dos sentidos

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LA ETIMOLOGÍA Y SUS DOS SENTIDOS

La segunda dificultad para definir la educación surge de la misma etimología del término.
Etimológicamente, la palabra educación procede del latín educare, que significa “criar”, “nutrir” o “alimentar”, y de ex- ducere, que equivale a “sacar”, “llevar” o “conducir desde dentro hacia afuera”. Esta doble etimología ha dado nacimiento a dos acepciones que, por lo menos a primera vista, resultan opuestas. 
Si se acepta la primera, la educación es un proceso de alimentación o de acrecentamiento que se ejerce desde fuera; si, en cambio, se adopta la segunda, ya no se trata de una crianza o de una alimentación mediante presión externa, sino de una conducción, de un encauzamiento de disposiciones ya existentes en el sujeto que se educa. 
Los dos sentidos que esas raíces etimológicas sustentan han recibido, respectivamente, la calificación de acrecentamiento (educare) y de crecimiento (ex-ducere), y constituyen los conceptos centrales de dos ideas distintas de la educación que a través del tiempo han luchado por imponerse. Esta misma oposición sirve a los pedagogos de hoy para distinguir la llamada educación tradicional, de corte intelectualista, con predominio del educador sobre el educando convertido en pasivo receptáculo de conocimientos, de la educación nueva o progresiva, basada en la actividad, la libertad y la espontaneidad del alumno 

¿PUEDE SALVARSE LA OPOSICIÓN?

La antinomia (oposición), a primera vista insalvable, entre el concepto de educare y el de ex-ducere, entre influencia externa y desarrollo interno, entre acrecentamiento y crecimiento, no resiste a un análisis profundo, desaparece ante él. Ello es así, porque no se trata de términos teóricos, ideados por el hombre y abstraídos por su pensamiento, sino de hechos reales como los que el hombre se enfrenta continuamente en la misma vida.
Si se piensa en esa antinomia se comprenderá que la exageración de cualquiera de sus términos es ilícita, y no está de acuerdo con la realidad. El alimento espiritual que viene desde fuera, y el desarrollo que realizan nuestras propias fuerzas interiores, no son ni excluyentes ni opuestos. 
El hombre no puede prescindir, en su formación, de los poderes que constituyen su circunstancia, pues aunque no lo quiera penetrará sutil e insensiblemente en su ser. Pero tampoco su subjetividad es una materia dócil que se adapte fácilmente a cualquier influencia extraña. La educación (como presión exterior) no puede hacerlo todo hasta el punto de modelar a capricho la vida individual, mas tampoco esta vida puede configurarse con total desprecio de su circunstancia natural, social y cultural.
Puede, pues, o bien predominar la influencia externa o bien la disposición interior o capacidad para el desarrollo, pero el predominio de una no significa el total aniquilamiento de la otra

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